Juan Manuel Garcia de Quiros Pérez
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Juan Manuel Garcia de Quiros PérezAficionado taurino |
31 Julio 2025
Qué baratos son los toros.
Y ustedes diréis que me he vuelto loco. Lógico pensar así. Leed el artículo y después me lo decís.
A mí me parece el precio de las entradas un auténtico regalo. Os ilustro.
Pongamos que ese día torea en El Puerto el torero más grande de la historia, ese que en los carteles se hace llamar Morante de La Puebla.
Me levanto temprano. La noche ha sido larga, ese runrún de cuando llega algo grande no me deja conciliar el sueño. No es la primera vez que me ocurre.
El cuerpo lo sabe: hoy es un día muy especial. Me doy una ducha rápida, me pongo ropa cómoda, un vaquero y un polito, me repeino y me perfumo, unos tenis que hagan juego y ya está el tío listo para dar un paseo por la plaza de toros por la mañana.
Ir a casa de mamá para verla en la calle Natural es mi primera parada, y por supuesto ineludible. Una vueltecita por los alrededores de la plaza es la segunda cita, eso es sagrado.
Quién sabe si te encuentras a algún conocido y te dice:
—Ne, ¿quieres ver el desembarco del ganado?
Y si no ha habido suerte, siempre me quedará el bodegón "De Sal y Oro" para tomarme algo. Siempre te vas a encontrar a algún amigo con quien compartir un par de cervezas y hablar de la corrida de por la tarde.
El runrún de por la mañana va pasando a nerviosismo.
Llega uno que ha estado en el sorteo:
—¡Quillo, cómo viene la corrida de Cuvillo!
—Qué bonita, bajita, con su cara y muy entipada.
Eso embiste sí o sí.
—Hoy el Genio lo va a bordar.
—El castaño es el bueno.
—¡Que no, compadre! El burraquito que va en cuarto lugar es el que el cigarrero va a poner hasta a Dios de acuerdo.
Es hora de volver a casa. En el camino ya voy con los nervios a flor de piel. Hoy es el día… y si no lo es, será el próximo.
Almuerzo ligero, una siesta, pero antes hay que preparar el vestuario. La ocasión lo merece, hay que ir de punta en blanco. De estreno.
Eso sí, la ramita de romero es obligatoria.
La siesta, corta pero reconfortante. Cierto es que tengo la cabeza en lo que va a ocurrir en la Plaza Real.
Me arreglo sin prisas, como se visten los toreros en el hotel. Empiezo a preparar todos los avíos para salir: la entrada, la almohadilla, las gafas de sol. Aún soy un tieso, lo sé, y aunque en el tendido 4 da poco sol, en el primer toro aún da de pleno, pero no voy a negar que me gustaría tener un abono en la barrera del 1 en la del 3.
Me miro al espejo una y otra vez. Le sonrío y me sonríe. Salgo para la plaza.
Por el camino te encuentras a quien te saluda:
—Buenas tardes, y que Dios reparta suerte.
El que te suelta la gracia de siempre:
—A ver qué hace hoy Mangante de La Puebla…
Mi mirada, que le devuelvo, le hace ver que jamás me lo volverá a decir.
Por la calle Cruces te cruzas con el que te da un abrazo:
—Hoy va a ser.
El otro, que te da el mitin de cada año:
—Seguro que en El Puerto no hace nada tu torero.
Y como siempre, le contesto con educación:
—Pues no vayas, miarma. Quédate en tu casa, al fresquito.
Llegando a la plaza aparece el que hace un año que no ves, compañero de tendido, el que te da un abrazo y te clava un rejón de muerte. El que te da ojana, el temido gañotero, que va directo al tendido 9, que por no gastar no gasta ni en un cubata antes de entrar.
El de la banda.
Los gorrillas haciendo su agosto.
Mi nerviosismo va subiendo cuanto más me acerco al bodegón 11 y 12. Allí me esperan los míos. Y seguro que me volverán a dar con lo mismo de cada año:
—Corazón mío, si no te gusta mi torero, no vengas. Así de fácil.
Tendré que volver a sacar la muleta, darle tres muletazos de castigo, montar la espada y meterle un estoconazo hasta los gavilanes.
Tras sortear a los de reventa y los puestos de agua, llego a mi tierra prometida.
Ufff... solo queda hora y media para empezar la corrida y yo sin pegarme mi primer latigazo.
—Quillo, ¿qué vas a tomar?
—¿Todavía no te has enterado? Un Barceló con cola. Cortito, que tienen que caer un par de ellos antes de entrar por el tendido 4.
Eso sí, una de ellas me la tomo con mis amigos de la Asamblea. Hay que cumplir con todos.
La procesión acaba de empezar. Ves pasar por la puerta esa marea de gente tan variopinta que va a las corridas.
El señorito andaluz con su sombrero de ala ancha.
El de la gorra de publicidad.
El que va a los toros a que lo vean, no a ver los toros.
El de postureo, para qué irse por las ramas.
Pasa también algún que otro torero retirado, los cantaores que no se pierden una de Morante.
Otro que ronea de que en sus años mozos fue novillero, y ha toreado dos más que tú.
Y no podía faltar el pescuezero, ese que lo ves venir y sabes que te va a sacar una copa por toda la cara.
Pero yo, perro viejo, lo mando del tirón a por tabaco.
La hora se acerca, no hay vuelta atrás. Pero aún me queda el último ritual, el mismo de cada año.
Junto a mis amigos Juan, Antonio y Manuel, tres morantistas confesos, de los que nunca nos bajamos del barco, nos arrodillamos delante del cuadro del Dios del toreo y le tributamos pleitesía.
Las tradiciones hay que mantenerlas.
Es la hora. Mi corazón se acelera. Paso el dintel de la puerta y veo entrar el sol por el vomitorio. El milagro de cada año está a punto de comenzar.
Busco localidad, no sin antes saludar a los compañeros de asiento.
Miro lo bonita que han dejado los Carambito a la Plaza Real.
El pañuelo blanco asoma por el palco y suena el pasodoble: Toros en El Puerto.
Y ahora, que alguien me diga que los toros son caros.
A mí me parece el espectáculo más barato del mundo.
Porque antes de que se abra la puerta de chiqueros, la entrada ya está más que amortizada.
Juan M Quiros

