Lo de ayer fue otra prueba más —la enésima— de que estamos ante el mejor torero de la historia. Morante volvió a sacar de su chistera lo mejor de la tauromaquia. De ayer, de hoy, de mañana… y de siempre.

A mí ya se me acaban los adjetivos para el Rey de los toreros. Un día sí, y al otro también. Y a lo que iba: qué difícil es torear con Morante. Porque sale el primero, da una lección de magisterio, pone la plaza patas arriba… y al que viene detrás, por mucho que haga, siempre nos sabrá a poco.

Si en su primero estuvo cumbre, en el segundo —con un zambombo de 600 kilos al que nadie le daba un duro— fue y, sin probaturas, se puso a torear como si fuera un carretón de escuela. Por cierto, si no habéis visto la última serie a pies juntos al natural, buscadla y guardadla como oro en paño. Debería proyectarse en todas las escuelas taurinas.

En conjunto, la tarde fue para no parpadear. El encierro de El Juli, una apuesta segura, no defraudó: varios toros de nota alta que permitieron lucimiento.

Talavante firmó una de sus mejores actuaciones de los últimos tiempos. Toreó templado, inspirado, y al natural nos hizo ver los ángeles. Da gusto reencontrarse con el mejor Alejandro.

De Ortega, poco que decir. Le tocó el peor lote, cierto, pero tampoco se le vio actitud. Frío, sin ideas, desdibujado. Por el bien de la fiesta, esperemos que vuelva ese toreo trianero que tantos nos ha emocionado.

Así lo vi, y así lo cuento.

Posdata

Destacar la gran actuación de Jorge Fuentes con los palos, y el temple de Curro Javier y Miguel Ángel Sánchez con el capote. Cuando hay torería en las cuadrillas, todo fluye distinto

Juan M Quiros